viernes, 3 de junio de 2005

Clavando el puñal

I

Ella hundió con fuerza el puñal y lo retorció. Pudo sentir a los tejidos, ofreciendo una infinitesimal e infructuosa resistencia, para -inexorablemente- ceder al tajante frío del filo. Ahora podía ver la sangre, mientras asomaba por la hendidura. Espesa, caliente, de un rojo intenso -como encendido-. Sencillamente hermosa, pensó, mientras la miraba correr, con calma. Podía sentir, también, como el puñal se iba entibiando, mientras descansaba entre sus vísceras. La sangre menguó. Entonces retorció el puñal, nuevamente. Otra vez sintió la carne desgarrándose, otra vez la sangre fluyendo a borbotones, otra vez el dolor punzante, profundo, agudo. Otra vez la tibieza.
Disfrutó el momento. Se acomodó -relajada- entre sus sensaciones, y sonrió.
(De más está decirlo.) Ella había elegido ese puñal.



II

-La Secuela-

La tibieza desgarrándose.

El rojo.

Nuevamente se sintió puñal,
                                         tajante, agudo.

La sangre, caliente.
                                         La podía sentir.

Disfrutó sus entonces
-infinitesimal e inexorablemente-
                                         al momento,
mientras descansaba....



III

N. de R.: Y el puñal?

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Casi no puedo respirar hoy             me falta el aire de tu sonrisa