lunes, 9 de mayo de 2005

Arrivederci Roma

Ella, con cierto esfuerzo, había logrado -al cabo de dos años de intentarlo- un equilibrio respetable.
No una sensación de equilibrio -cuál momento de paso entre la angustia y la euforia del bipolar-.
No un vacío mental de meditación zen.

Sino un equilibrio trabajado, edificado. Perseguido y conquistado.
Un equilibrio deseado y bien logrado.

Su vida danzaba en un círculo bastante pequeño. Muchas veces había intentado abrirlo, pero, cada vez que lo hacía, se topaba con las mismas situaciones.
Y cerraba nuevamente el compás.


Un día renovó esperanzas, y una vez más, pero esta vez, desde su nuevo territorio conquistado, diluyó los límites.
Pensó que quizás, esta vez, las cosas podrían ser distintas. Pensó que quizás, esta vez, desde su nuevo territorio, podría edificar nuevos puentes, nuevas carreteras, nuevos caminos y nuevos senderos, sobre bases más sólidas.

Pero no. No fue mucho el tiempo que transcurrió hasta que descubrió que diluir los límites había sido mala idea.
¿Acaso no recordaba ella que no hay -casi- mayores disputas en el mundo que aquellas que se plantean sobre una diferencia territorial de límites? ¿Entonces? ¿Por qué serían distintas las cosas ahora?

No pasó mucho tiempo hasta que bombardearan los puentes -siempre se olvidaba de construir puentes levadizos-, destrozaran las carreteras y creciera la maleza -genéticamente alterada y de desarrollo veloz- en los senderos.

Estaba visto.
Su equilibrio no concordaba con el mundo.

Su sinceridad no concordaba con el mundo.
Su lealtad no concordaba con el mundo.
Su sensibilidad no concordaba con el mundo.
Su vulnerabilidad no concordaba con el mundo.

Su visión del mundo no concordaba con el mundo.

Así que ella volvió a cerrar el compás, y, mientras decía Arrivederci Roma, delimitó un círculo bien pequeño, en el que, esta vez, sólo, entrara ella.

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Casi no puedo respirar hoy             me falta el aire de tu sonrisa